Ayer jueves 7 de noviembre se presentaron los resultados preliminares del Censo Nacional Agropecuario 2018. En la misma, el director del INDEC, Jorge Todesca realizó una confesión frente al ministro Hernán Lacunza. Le dijo que su predecesor, Nicolás Dujovne, se había mostrado reacio a “soltar” los $300 millones que costaría el censo y que involucraría a 3.500 técnicos, funcionarios y administrativos, en un trabajo que arrancó en el segundo semestre del año pasado y que ahora, más de un año después, arroja los primeros resultados.

Es duro decirlo, pero a la luz de los dudosos resultados, posiblemente el ministro Dujovne hubiera estado acertado si le ahorraba a los argentinos este gasto.

Me quiero concentrar en tres datos, pero que son de alta significancia para la economía agraria, fundamentalmente en lo que respecta a su inserción global, lo relativo a cereales, oleaginosas y el stock vacuno.

De acuerdo al CNA 2018, en el periodo que va del 1/7/2017 al 30/06/2018 se sembraron 11,4 millones de hectáreas con cereales y 14,4 millones con oleaginosas, mientras que sobre el cierre de esa fecha, el stock vacuno trepaba a 40 millones de  cabezas.

Se trata de números que discrepan sensiblemente de los que todo el mundo maneja, sea porque provienen del ministerio de Agricultura, de las bolsas de cereales o del mismo Senasa.

Aclaración previa: las planillas del CNA ya consideran en esa superficie la correspondiente al doble cultivo, que son unas 800.000 en el caso de los cereales (presumiblemente trigo/maíz) y unas 2,7 millones en el caso de las oleaginosas (presumiblemente trigo/soja).

Dicho lo cual veamos los números de Agricultura, aclarando que surgen de imágenes satelitales, programas de interpretación de esas imágenes, relevamientos en el terreno, informantes calificados y todo lo que conocemos, con lo cual solemos decirle al mundo que contamos con información de la mejor calidad posible acerca de la evolución de nuestra agricultura.

En el caso de los cereales, había unas 6 millones de hectáreas de trigo, 8,5 de maíz, 1 de cebada y 0,7 de sorgo. Solo esto suma más de 16 millones de hectáreas, cinco por arriba del censo. Y en las oleaginosas había casi 20 millones entre soja y girasol. Ni descontando el doble cultivo se llega, ni por asomo, a los números del INDEC.

El stock bovino es un caso aún tanto o peor que este. Para no andar con vueltas, solo reproduzco dos comentarios en la red Gurú Ganadero.

El primero: “Falta hacienda en el Censo, pero las existencias del Senasa son a marzo de cada año y las del Censo son al 30 de junio. En marzo 2018 había según el Senasa 53,8 M. Sacando un 1,5 % doblemente vacunado y una baja mensual de 3 meses, abril a junio, de 1 M por mes (meses donde el consumo, la faena y la mortandad superan a los nacimientos) habría que restar casi 4 millones para ajustar el dato de marzo 2018 y llevarlo a junio 2018.
Siguen faltando unas 9 millones de cabezas. No son 14, pero igualmente es una cifra muy significativa. Qué cifra es válida? La del Senasa, aunque con varios mecanismos trazabilidad incluida, ese recuento anual del Senasa debería mejorar”.

La cuenta es inobjetable. Pero la respuesta que le da uno de los técnicos más prestigiosos en ganadería vacuna, es preocupante: “La existencia de cabezas no le den bola, la metodología usada no permite comparar con la existencia por vacunación. Cualquiera que haya sido censado recordará que era todo estimado. Es un dato que no deberían publicar porque generará confusión”.

Ahora bien, y volviendo al principio de la cuestión: ¿$300 millones para relevar datos que luego deben ser descartados por inservibles?