Por Javier Preciado Patiño, director de RIA Consultores

La visita a Expoagro me hizo caer la ficha de lo siguiente. Tenemos a una de las empresas de genética de soja más grandes del mundo, Asociados Don Mario, que está presente en una de cada cinco hectáreas plantadas en el mundo.

Tenemos a una de las empresas de inoculantes más grandes del mundo, Rizobacter, que tiene el 21% del mercado global de este insumo clave para que la soja rinda como se debe.

Tenemos una empresa que está desarrollando biotecnología para el cultivo, Bioceres, a cuyo gen HB4 le falta muy poco para que quede completamente desregulado y millones y millones de hectáreas de soja se siembren en el planeta para hacer frente al cambio climático.

Tenemos el polo aceitero más grande del mundo. Todos los gobiernos se llenan la boca de lo que pasa en las orillas del Río Paraná y de lo grandioso que es el país como proveedor de alimentos.

Pero, ¿qué hicimos con la soja en estos últimos años?

Antes de que Felipe Solá autorizara la soja RR, se producían unas 12 millones de toneladas. Después vino el boom, glifosato de por medio, y para la campaña 2014/15 llegamos a producir 61.4 millones de toneladas.

Pero el cultivo recibió todo el fuego enemigo y el amigo también, y entró en la espiral descendente. Si la tendencia se hubiera mantenido hoy estaríamos cosechando 70 millones de toneladas. Nos alegramos porque recolectaremos entre 53 y 55 (según quién estime), después de habernos dado el lujo de perder casi 20 millones en la campaña pasada por la sequía (nos sobra la plata evidentemente).

A la soja le dejaron el 30% de retenciones, y no solo eso. La reducción gradual se plantó y se equiparó el impuesto entre la exportación del poroto y de los subproductos, siendo que cualquier gacetilla oficial se jacta de que la Argentina es el primer exportador mundial de harina y aceite de soja.

No hubo ley de semillas y no hubo (ni habrá) nuevas tecnologías para proteger el rinde. El “yuyito” quedó librado a la buena de Dios, frente a adversidades climáticas o frente a factores bióticos. Tampoco habrá cómo combatir las malezas difíciles porque ninguna empresa está dispuesta a desplegar su tecnología si no sabe que recuperará los derechos de propiedad intelectual.

La industria del crushing languidece con un 50% de su capacidad de trituración ociosa y con miles de puestos de trabajo en riesgo. Hoy es más negocio exportar el poroto que procesarlo, cuando perfectamente podría estar industrializando hasta el último poroto de una cosecha de 70 millones de toneladas.

Los productores fueron abandonando la siembra. En 2015/16 (estadística de Agroindustria) se sembraban 20.5 millones de hectáreas; en esta, 17.5 millones. Solo la Providencia hace que la cosecha no sea aún peor.

Mientras tanto Brasil y los Estados Unidos siguen aumentando su producción. Nuestros vecinos están palo y palo con el país del norte y sobrepasan largamente las 100 millones de toneladas. Y ahora Brasil nos sorprende pidiendo importar trigo de EEUU sin pagar arancel extra-Mercosur.

Las estadísticas del INDEC en materia de exportación muestran a los productos del complejo soja, que es el más importante de todos, cerrando el ránking de variación interanual, con un retroceso sorprendente.

Saquémosle los grilletes a la soja. Hagamosla entrar a dar vuelta el partido. Dejemos que vuelva a expresar todo el potencial que tiene y a generar divisas para esta alicaída economía argentina.